Capítulo III - Sirviendo en la frontera
101
Era el hijo de un cacique,
sigún yo lo averigüé;
la verdá del caso jue
que me tuvo apuradazo,
hasta que por fin de un bolazo
del caballo lo bajé.
102
Ahi no más me tiré al suelo
y lo pisé en las paletas;
empezó a hacer morisquetas
y a mezquinar la garganta...
pero yo hice la obra santa
de hacerlo estirar la jeta.
103
Allí quedó de mojón
y en su caballo salté;
de la indiada disparé,
pues si me alcanza me mata,
y al fin me les escapé,
con el hilo de una pata.
Capítulo IV - El
pulpero. A buena cuenta
104
seguiré esta relación,
aunque pa chorizo es largo:
el que pueda hágase cargo
cómo andaría de matrero,
después de salvar el cuero
de aquel trance tan amargo.
105
Del sueldo nada les cuento,
porque andaba disparando;
nosotros de cuando en cuando
solíamos ladrar de pobres:
nunca llegaban los cobres
que se estaban aguardando.
106
Y andábamos de mugrientos
que el mirarnos daba horror;
les juro que era un dolor
ver esos hombres, ¡por cristo!
En mi perra vida he visto
una miseria mayor.
107
Yo no tenía ni camisa
ni cosa que se parezca;
mis trapos sólo pa yesca
me podían servir al fin...
no hay plaga como un fortín
para que el hombre padezca.
108
Poncho, jergas, el apero,
las prenditas, los botones,
todo, amigo, en los cantones
jue quedando poco a poco;
ya me tenían medio loco
la pobreza y los ratones.
109
Sólo una manta peluda
era cuanto me quedaba
la había agenciao a la tabla
y ella me tapaba el bulto;
yaguané que allí ganaba
no salía- ni con indulto.
110
Y pa mejor hasta el moro
se me jue de entre las manos;
no soy lerdo pero, hermano,
vino el comendante un día
diciendo que lo quería
pa enseñarle a comer grano.